Agutí

Agutí nació en América del Sur, en un pueblito llamado Catacaos, al norte del Perú. Nació en Enero, revejido, sin pelo. No se supo cuánto pesó pero sí que era hijo de sirvienta. Los primeros meses de su vida vivió en casa del patrón, lo cuidaba la ama de llaves, la vieja Tolomea, dice que por caridad cristiana, según ella; sin embargo sólo lo aguantó diez meses. Cuatro meses vivió en el establo, lo cuidaba el caballerango; siete meses en el cuarto del jardinero, junto a las cremalleras para calentarlo del frío. Como ya había aprendido a caminar, dejarlo solo era de sumo peligro. Vivió un mes con la cocinera, dormía con ella y le mojaba la cama.

Nunca se supo, o mejor dicho nunca quisieron decir quien fue realmente su padre. Su madre una mulata hermosa, había tenido un parto complicado y falleció cuando el muchacho tenía apenas dos semanas. Agutí fue despreciado porque se decía que un niño nacido fuera del matrimonio era un niño bastardo y eso era mal ejemplo para todos.

En la hacienda, algunos mulatos comentaban que era don Crisanto, el patrón, el que lo había engendrado, curiosamente esos mulatos sufrieron un accidente y ya nunca se habló más del tema.
Para su cumpleaños número dos, tuvieron que llevarlo a vivir con su vieja tía, allá fuera de la hacienda. Su tía, una longeva maestra de escuela, en su juventud había sido monja de clausura, pero dejó los hábitos para vivir en ese caserío e instruir a los brutos. La gente se preguntaba por ella, pues no tenía hijos ni marido y no entendían como era posible vivir así.
La sabiduría acompañaba a Agutí, sorprendentemente, aprendió a hablar muy bien a los dos años y a escribir a los dos años y medio. Era increíble verlo en las calles conversando con las señoras del mercado. Formaban corro para hacerle preguntas sobre su tía; y como Agutí tenía mente limpia y el corazón noble, no lograba atinar las malas intensiones de las vecinas; él, solía contarles las cosas de su tía.
Un día, ya muy cercano al invierno, tenían que viajar a la ciudad, su tía necesitaba comprar unos libros y hacer gestiones en el banco, así es que ordenó a Agutí que preparase sus cosas para salir de viaje. El niño, por su corta edad y su reducida estatura, demoró mucho. Su tía lo esperó en el vestíbulo de la casa, al verlo salir de su habitación lo cogió de las orejas y se las estiró tanto que le quedaron rojas y adoloridas. "esto es por demorarte demasiado niño tonto"- dijo la vieja Teodora. Para Agutí no era novedosa está reacción en su tía, muchas veces al día lo hacía, sobre todo cuando se quedaba en el mercado platicando con las verduleras. Siempre fue un poco dura con él sobre todo a la hora de estudiar; en medio año logró con Agutí lo que lograba en dos años con sus niños en la escuela. A pesar de todo eso, el niño quería a su tía y su tía lo cuidaba por obligación moral. Salieron de la casa, frente a ellos estaba el carruaje; y sobre el carruaje un hombre de piel quemada, barba larga y sombrero de espantapájaros tomaba las riendas de los caballos. Subieron y lentamente el carruaje avanzó con dirección a la ciudad.
A mitad de camino, Agutí quiso orinar. Pararon el carruaje, bajaron a Agutí y le dijeron que orine detrás de unos matorrales cercanos.
Es necesario saber, que desde que Agutí llegó al caserío, la vida de doña Teodora, su tía, ya no era tan privada; el niño contaba todo lo que ella hacía, y así, poco a poco las viejas chismosas se enteraron que doña Teodora era amante del cuatrero de la comarca, que se quedaba con una parte de las donaciones que recibía de la beneficencia del ayuntamiento y que era una vieja amargada y mal humorada.
Todo esto generó descontento en la vieja Teodora, el descontento provocó angustia y la angustia ira. La ira cegó la mente de la vieja Teodora.
Si superdotado es el término que se usa para denominar una mente brillante, como era la de Agutí, creo que no existe término alguno para denominar lo que hizo la vieja Teodora con su sobrino. En cuanto el niño se hubo bajado y perdido entre los matorrales, la vieja ordenó de inmediato avanzar el carruaje.
Cuando Agutí regresó de orinar no los encontró, al principio pensó que estaban jugando a las escondidas así es que dijo:
- Está bien tía, yo cuento hasta diez.
Pero tuvo que contar mucho para darse cuenta que lo habían abandonado. Agutí se entristeció y lloró; prometió no volver a demorarse mucho en alistar sus cosas, quería encontrar a su tía para pedirle disculpas, y lo puedan llevar nuevamente. Caminó largo rato siguiendo las huellas del carruaje; sintió hambre, sueño, miedo. Empezó a decir las oraciones que aprendió de boca de su tía cuando recién llegó al caserío, las decía como quien de verdad cree en lo que dice. Casi tres años de vida no eran suficientes para soportar seis kilómetros de camino, cayó desplomado.
                                            ***                                               

- ¡Amor! ven aquí, mira ya está despertando.
- Pero si es un Bebé que carita más linda. ¿Dónde lo encontraste?
- Cerca a la acequia de los Tinoco. Al pie de la higuera.
- Gracias a Dios que lo encontraste, de lo contrario hubiera muerto. Ni siquiera puedo imaginar lo que le hubiese pasado a esta pobre criaturita.
- El Señor es generoso con nosotros mi amor, tanto tiempo he deseado un hijo y ahora nos manda este.
- pero mi amor todavía no debes apresurarte en decir las cosas, tenemos que buscar a los padres de este niño.
- Yo, estoy segura que este niño no tiene madre, me lo dice mi instinto de mujer.

Agutí se movió entre las mantas, agitó sus manitas; dicen que cuando los niños hacen esos gestos mientras duermen es que juegan con sus ángeles.

***

En la sala de estar del obispado de Catacaos. Monseñor Antonio Guantánamo recordaba su vida a sus sacerdotes. Les contaba que el señor había salvado su vida muchas veces.

- Recuerdo –dijo Monseñor- que me desmayé; luego desperté en una cama muy suave, mis ojos apenas podían distinguir a esas dos personas que estaban delante de mí. Ellas me preguntaron si estaba bien, luego me trajeron un plato de sopa caliente. Creo que esas almas fueron instrumentos de Dios para hacerme llegar hasta aquí. Me alimentaron, me enseñaron el amor, me criaron como a su hijo, me enseñaron a rezar. De ellos aprendí que el amor, es una semilla que se siembra con cariño en el corazón de las personas y que se cuida para que crezca hasta que sea capaz de medrar para que sirva de cobijo a muchos. A mí, me abandonaron en un descampado, me llamaban Agutí.



1 comentario:

Anónimo dijo...

que tal amigo joeeee. te saluda tu hermano de otra leche. amigo pero que historia, esta pa chuparse los dedos de tanta genialidad. recuerda esto maestro. no me digas maestro. maestro es a aquél quien te puso en mi camino y a ti en el mío. DANNI TAPULLIMA S