Juana la María

Muy cerca, en el tiempo y en el espacio, Juana María fue mi amiga. Juana María no sonreía; un perro y un tucán eran su única compañía.
Un día cualquiera nos conocimos. Nadie nos presentó, simplemente coincidimos en el bus; yo le cedí mi asiento y ella me miró y sonrió diciéndome gracias. Cuando estuve por bajar, me cogió del brazo y me dijo: que pena que ya te vayas. Le contesté que tenía que trabajar. Bajó la mirada y luego agregó: yo trabajo dos cuadras más adelante en Petit Thouars 1431 si quieres puedes visitarme. Chao le dije, me llamo Javier, Javier Soto; y yo Juana María, contestó.
Muchas personas me consideran un altruista y en esa mirada de mi nueva conocida vi un desesperado ayúdame. Me quedé estático en el paradero mientras veía cómo el bus se llevaba a Juana María y pensé: qué cobarde he sido, pude haberle preguntado qué le pasaba, en qué podía ayudarla. Y si estaba yendo a su suplicio? En realidad ayudar a un desconocido no debería preocuparnos pero Juana María llamó mi atención. Caminé un poco hasta llegar a mi oficina, marqué tarjeta y salí con el pretexto de tomar un café.

Saludé al portero del negocio de a lado; éste, al verme pasar, me preguntó a dónde iba.

- A salvar mi alma -le dije.
- Este Javier siempre bromista - agregó el portero.

Petit thouars 1431. Era un centro de rehabilitación para enfermos mentales. Me acerqué a recepción y pregunté por ella, una señorita con aires de superioridad me interrogó:

- ¿Sabe usted su apellido?
- No
- ¿Es usted familiar, tiene algún vínculo con la paciente?
- Ninguno le contesté
- Lo siento pero no podemos atenderlo entonces.
- Espere un momento - le dije - yo, este…..en realidad somos enamorados
- ¿Enamorados? Por favor no bromee, este tipo de gente no puede tener amores
- Si lo sé pero…
- Podrías por lo menos describirla
- Por supuesto le dije – y detallé cada rasgo de su rostro y la ropa que traía puesta.
La recepcionista se paró y se dirigió hacia la puerta que estaba a su espalda. Traía puesta una minifalda azul y un pulóver melón con escote exagerado bien ceñido al cuerpo que se le notaban los pezones del seno. Tocó la puerta, y desde dentro una voz le dijo que pasara. Desapareció de mi vista por un momento.
No quiero exagerar pero esa oficina era un lugar inhóspito. Ahora entendía todo, mientras esperaba comprendí que Juana María no trabajaba sino que se atendía allí, que quizá no estaba conforme con lo que estas personas le hacían. Supuse mucho en esos tres minutos que duró mi espera, mas, de un supuesto no podía sacar conclusiones ciertas sin antes verificarlas.
Por fin se abrió la puerta. Salió la misma que entró, traía un papel en la mano, se sentó y me miró a hurtadillas detrás de sus lentes, extendió sobre la mesa el folio que tenía.
- Esta es la dirección de la que tú buscas - me dijo-.
- ¿Pero es que no trabaja aquí?
- Pregúntele a quien viva en esa dirección y ahora, por favor, retírese.

Cogí el papel, lo doblé en cien pedacitos y lo guardé en el bolsillo de mi pantalón y salí de esa oficina.
Todo esto me estaba resultando extraño. Si la chica no se encontraba allí, dónde estaba ahora. Por qué me dijo que la buscara y por qué no me querían dar más información de ella en ese centro. Es de hecho que sí la conocían, de lo contrario no me hubiesen dado la hoja con sus datos. ¡Eso!, sus datos – pensé. Allí podrían darme razón de ella.
Me apresuré a sacar el papel de mi bolsillo, leí la dirección: AA. HH Pamplona alta Lt 4 Mz5 San Juan de Miraflores, y cogí el primer bus que me llevase al sitio. Recuerdo haber cogido una coaster blanca, la llamaban la P1. Para suerte mía no había mucha gente en ese carro; al parecer nadie quería ir por esos Lares. Saqué el papel de mi bolsillo y volví a leer la dirección hasta memorizarla. AA. HH Pamplona alta Lt.4 Mz5 San Juan de Miraflores, pero recién ahora me di cuenta del nombre completo: Juana María Huckemann Quispe. Qué feo apellido pensé.
El bus me llevó por la avenida 28 de Julio, pasó por el parque de la exposición y luego se adentró por el mercado de frutas de La Victoria. ¡Qué hedor más asqueroso se inhalaba mientras pasábamos por allí! Muchos tiraban basura en la calle, otros orinaban las paredes sin ningún reparo; de vez en cuando algún reciclador impedía el paso con su triciclo lleno de plásticos y papeles inservibles. Empalmamos con la avenida Circunvalación y salimos por Ate, cruzamos el trébol y luego el Jockey, desde allí el panorama cambió, ya no se veían las mismas construcciones deprimentes de La victoria sino lujosos condominios bordeando la panamericana sur. Por la avenida Benavides nos desviamos hacia el Este y el chofer metió su vehículo por una pista deteriorada y polvorienta. Habíamos entrado como por arte de magia a otro mundo o mejor dicho al mundillo de los asentamientos humanos. A la vista aparecieron casas de adobe y comerciantes que vendían sus productos a la intemperie, casi siempre al lado de algún montón de basura o al lado de un charco de agua sucia.
Pensé que no sería fácil encontrar a Juana María y así que le dije al cobrador que me avisase cuando pasáramos cerca de la dirección que tenía; por fortuna me dijo que ese lugar estaba cerca de su paradero final. Se llama mercado Arguedas - me dijo.
Gracias buen hombre le contesté. Le prometí una buena propina y de inmediato su amabilidad dobló el cien por cien.

Vivo en Lima, una ciudad que más parece una jungla de especies distintas, lo digo porque sólo aquí se conoce que un hermano mata a uno de su misma especie cuando lo normal sería matar a otro de especie distinta. Tengo que admitir que me estaba metiendo en algo peligroso. Buscar a una desconocida solo porque quería ayudarla.
Cuando llegamos al sitio, el cobrador con tono amable me dijo:
- Brother, este es el sitio que buscas
- Gracias hermano le dije, pero ahora dime dónde queda esta dirección.
Cogió el papel lo analizó como un sabueso analiza la huella de su presa, levantó la mirada, me miró con sus ojazos de cerdo y añadió:
- Por qué quieres joderte la vida?
- Quiero ayudarla – le dije.
- Esa ya no tiene cura – contestó.
- Siempre hay motivos de salvación – insistí.
Arrugó el papel y me lo devolvió estrujado.
- ¿quieres llegar de verdad?
- Sí, contesté.
- Entonces fíjate bien.
Estiró su brazo y lo dirigió hacia el cerro, señaló una chabola con techos de cartón y calamina; allí vive Juana María – me dijo.
Ahora ya estaba en el lugar, ya sabía dónde vivía, conocía su problema interior, ¿Por qué razón quería verla? ¿Quién podría explicarme el misterio del sentir? Por qué decidimos una cosa con exclusión de otras?
Siempre resulta difícil elegir entre lo bueno y lo correcto, distinguir lo verdadero de lo ilusorio. Salir de la posibilidad para entrar en el hecho. A mí Juana maría me había llegado al corazón con una sola mirada. Pero tenía miedo, si resultaba ser una psicópata, habría perdido mucho por ganar algo de la ley de mi Dios: amar a mi prójimo como a mí mismo.
Subí la cuesta que me llevaría hasta su casa, no hubo problemas; llamé a la puerta pero nadie abría; desde fuera se oían ruidos en el interior de la chabola y gritos de cerdo muy cerca
Después de cinco o diez minutos - no recuerdo exactamente - una anciana asomó por detrás de la puerta que ahora estaba abierta. A duras penas pude ver el perro que se rascaba con ansias su lomo pulgoso, sobre el perro unos ojazos de tucán me miraban fijamente desde su jaula.
- ¿A quién buscas hijo? Me interrogó la anciana
- Buenas - le dije- ¿vive aquí Juana María?
- Sí -me contestó- qué pasa con ella.
- Es que la estoy buscando desde muy temprano, me pidió que viniese.
- Si seguro, ella es así, pero pasa por favor no tarda en llegar. Espera un momento que te traigo un refresco.

Me quedé sentado en una silla de enea, el lugar era paupérrimo, estaba nervioso, el perro no dejaba de rascarse, a veces varias pulgas saltaban de su lomo y brincaban buscando refugio. Esperé mucho y la anciana no llegaba con el refresco.
Cuando escuché sus pasos me alivié. Voltea niño, quiero que veas esto me dijo.


A la mañana siguiente, el sargento Aguado cogió el informe de la noche anterior, se levantó de su silla giratoria se dirigió a la oficina del comisario y entró sin tocar la puerta.
- ¡Carajo! ¿desde cuándo no sabes tocar?
- Disculpe mi comisario pero todo esto me intriga
- ¿Qué has averiguado?
- Que vivía sola hace un par de años, fue esposa de un militar alemán. Pero luego la abandonó y la dejó en la miseria.
- ¿Esposa esa? pero si tiene pinta de sirvienta
- Exacto, fue su sirvienta y el gringo pendejo se la levantaba.
- ¿Algún hijo?
- Si una hija, falleció hace dos años. Padecía de esquizofrenia. Dicen que se mató y la vieja la enterró cerca de sus chanchos. Es curioso, la chica fue bailarina de ballet, la conocían como la María porque bailaba para los pobres.
- Pero si ella fue pobre, no entiendo.
- No, no siempre, antes de ser abandonadas vivían en la Molina Vieja, pero el viejo de mierda vendió la casa y se quitó a su país con una brasileña.
- Ahh, ahora entiendo, ambas estaban locas. ¡Que pena!
- Bueno, dame los datos de la víctima.
- La victima ha sido identificada como Javier Soto Espichán; la asesina, Teodora Quispe de Huckemann. Y la mujer enterrada ha sido identificada como Juana Huckemann Quispe, la que llamaban la María.



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