Ulises

Ulises era flaco y pequeño. De cabellos ondulados, de piel trigueña, de rostro alargado, de cejas pobladas; tenía nariz aguileña y labios bezudos. Estuvo parado mirando la bola roja, esa bola que era intensa y distraían sus ojos pardos. Cuando la bola cambió de color, Ulises avanzó. No quería hacerlo, pero los que venían detrás de él lo empujaron y lo arrastraron como una ola hacia la otra orilla. Alzó la mirada y vio edificios oscuros y patéticos. Acababa de llegar a Lima y no sabía a dónde ir; las calles le parecían iguales, todas llenas de coches y buses ruidosos que exhalaban humo negro intoxicante. Se llevó la mano a la cabeza y la rascó con cierta impaciencia. Intentó recordar la dirección que le habían dado para buscar a su tío Lorenzo. Pensó en hilar las sílabas hasta dar con la palabra correcta, pero no atinó con la dirección exacta.

Volvió a cruzar la avenida cuando el semáforo de nuevo cambió de color; ahora no se dejó empujar por nadie, avanzó solo, por delante de todos, eso lo llenó de alegría.
Pensó que siguiendo al grupo de personas que venían detrás de él, podría conseguir la dirección de su tío.
Al llegar al otro lado de la avenida, se detuvo y los dejó pasar ¿A dónde se irán tan apurados? – se dijo.
A medida que avanzaban, cada uno tomaba rumbos distintos. Se quedó solo.
Caminó por una callecita al lado de una Iglesia en reparación. Entró con cuidado; había en ese pasillo bolsas de basura, montones de cajas viejas y restos de frutas y comida. Al fondo, arrimado a un contenedor, se movía un perrito; por su apariencia no tendría más de dos meses, lloraba y se arrullaba con la dura superficie del basurero. Ulises se acercó, se arrodilló y lo tomó.
El perrito era de color blanco, de raza Beagle, pequeñito, de orejas grandes y caídas, de pelaje lacio; tenía una mancha negra en uno de sus ojos y en la punta del rabito. Ulises lo puso patas arriba y supo que era macho.

- ¡Que perrito más mono! – dijo.
El animal aullaba y temblaba. Al ver esto, Ulises sacó de su morral un chuyo y un pedazo de pan; metió al perro en el chuyo y el pan lo acercó al hocico del animal, éste lo engulló todo.
Ulises se paró y tuvo al animal largo rato en sus brazos, le acariciaba, le miraba sus patitas y le abría el hocico para contarle los dientes. Ulises amaba a los perros. En su tierra tenía uno que cuidaba de sus ganados; se llamaba pinocho porque tuvo que mentirle a su madre para quedarse con el perro. Ahora que estaba en Lima se sentía solo y esta sería una buena oportunidad para tener una mascota
El perrito dejó de temblar y pronto se acurrucó entre los brazos de Ulises.
- Pareces un bebé – le dijo – ¿dónde está tu madre eh? ¡Pero que lindo eres! Te voy a adoptar, irás conmigo a donde yo vaya, serás mi mascota eh, sólo déjame encontrar la casa de mi tío y podremos dormir y comer un poco más.
El muchacho estuvo contento con su nueva mascota. Empezó a recordar el lugar dónde vivía su tío; según su recuerdo era un mercado grande al lado de una pista. Pero luego pensó que en lima hay muchos mercados que están al lado de una pista; necesitaba un dato más específico para llegar. A medida que pasaban las horas se le hacía más urgente salir de allí. No tenía dinero, no conocía la ciudad, sentía hambre y estaba cansado.
Cuando por fin decidió preguntar en qué lugar estaba, ya había caminado desde la avenida Abancay hasta el jirón de la Unión. Se acercó a un tipo que estaba parado en la entrada de una de las tiendas; cuando estuvo cerca de la puerta, el tipo le hizo señas para que se retirase. Ulises pensó que no era para él la advertencia, así que siguió caminando sin ningún reparo. El tipo, que era seguridad de la tienda, lo cogió del brazo, se inclinó y le dijo:
- No quieres que te lastime verdad?
- Pues no – contestó Ulises.
- Entonces no intentes entrar.
- Pero yo no quiero entrar, sólo quiero saber una dirección.
- Pregúntale a cualquiera menos a mí. Ahora vete. Y ni siquiera pienses entrar.
Ulises se asustó y salió corriendo de allí; le costó trabajo entender por qué le habían tratado así: ¿Será que, soy feo y me tienen miedo? y ahora ¿qué debo hacer para ser bonito? – se preguntó.
Caminó sin fijarse en los semáforos. Llegó hasta la cuadra 6 del jirón, y allí se metió en la Iglesia de la Merced. Había mucha gente, todas en silencio, rezaban a las imágenes que estaban en los extremos de la nave del templo. Le pareció un lugar interesante, nadie se acercó a decirle nada; de pronto, un sacerdote salió por el presbiterio del templo, todos se pararon; se oyó entonar una canción. Ulises regresó a la entrada del templo y allí se sentó junto al baptisterio. Cogió su morral y sacó de allí a su perrito.
- ¿Cómo estás pequeño? – Preguntó al animal- Ya pasamos el peligro, dentro de poco llegaremos a la casa de mi tío. Tengo mucha hambre, mis tripitas me suenan. El animal lanzó un bostezo enorme que dejó notar su paladar negro, quiso salir del morral pero Ulises lo detuvo. Por cierto- pensó- no le he puesto nombre a mi mascota. A ver, qué nombre te pongo -dijo en voz alta- a ver, ya sé. Te llamaré Peluchín, ¿qué tal eh, te gusta? La verdad a mí no me gusta. A ver intentemos otro. Te llamaré, te llamaré.. Pinochín, ¿qué tal este si te gusta? Mejor otro, a ver, ya lo tengo. Te llamarás “Pintado” sí, Pintado será tu nombre.
Ulises sacó al animal del morral y lo puso en el piso del templo, lo dejó caminar un rato, notó que ahora sí algunas personas lo miraban mal. Llamó al animal por su nombre y éste como quien lo entiende se acercó hasta donde él estaba; el muchacho lo cogió y salio corriendo del templo. Llegaron hasta la plaza Mayor, justo en la cuadra 3 del jirón. Nunca había visto una plaza tan grande.
Estuvo parado en esa esquina de la plaza, cuando se dio cuenta que por su lado pasaba un caballo gigantesco. El animal arrastraba una carreta que un hombre negro dirigía; detrás del caballo, venía muy lento un bus sin techo. Más adelante, es decir, en el bulevar que está entre las esquinas de la plaza mayor, sentada, y vestida con una pollera y trenzas impecablemente hechas, Ulises vio a una chica que lo impresionó de tal manera que no pudo contener acercarse a ella.
- Hola- saludó Ulises- ¿Qué haces aquí sentada?
- Hola – contestó la niña- estoy descansando.
- Qué traes en la canasta?- preguntó Ulises
La niña vendía golosinas y se sentaba todas las mañanas en ese lugar para ofrecer sus dulces a los turistas; pero al escuchar a Ulises preguntar de esa manera tan ingenua le contestó así:
- ¿Cuál, está?
- Sí, esa – afirmó Ulises
- Eres sapo verdad.
- No, me llamo Ulises y Tú
- No tonto, quiero decir que eres muy preguntón, eso significa decir que eres sapo.
- Ah, y por qué?
- ¿Oye, desde cuándo vives en Lima ah? Eres un niño bien sonso. Jajaja vete por favor o le digo a mi mamá que me estás enamorando.
- Que te estoy qué?
- Enamorando bobo, quiere decir que tú quieres que yo sea tu novia y por eso me estás hablando.
- No, no entiendo lo que me dices pero escúchame. niña, me he perdido. ¿Tú conoces Lima?
- Claro. Como la palma de mi mano
- Oye quisiera que me ayudes
- Mira papacito yo a ti no te conozco, además no me gusta hablar con desconocidos como tú.
- Si me ayudas te enseño una cosa que tengo en mi morral
- Así, ¿qué es?
- ¿Me vas a ayudar?
- Uhmmm...Bueno, sólo por esta vez, pero no te acostumbres a mal ah. Ya dime qué quieres.
- Quiero saber dónde está mi tío.
- Que, ¿ahora piensas que soy adivina? Mira, olvídalo todo, mejor me voy.
La niña, que tendría unos trece años, se marchó de la banca en la que estaba sentada con Ulises y se fue hacia otra donde conversaban dos turistas. Destapó el mantelito que cubría su canastita y sacó de allí un chocolate; se los ofreció. Ellos la miraron con ternura, le pusieron en la mano una moneda pero no recibieron el chocolate. Ulises, miraba con atención todos los movimientos de la niña. Se acercó a ella de nuevo y le dijo:
- ¿Ya pues, me ayudas?
- ¿Alguna vez te han dicho que eres cargoso?
- No, nunca.
- Pues ahora te lo digo yo. Ya dime cómo se llama la avenida donde vive tu tío
- Pues la verdad no recuerdo exactamente pero suena a plaqueta o raqueta o algo parecido. De lo que sí estoy seguro es que es un mercado grande cerca de una pista y me han dicho que está cruzando el río.
La niña se quedó allí parada, pensando. Luego miró por un momento a Ulises. Le pareció un niño muy tonto pero luego recordó que ella había llegado a Lima en las mismas condiciones, a excepción que ella vino con su madre. Se acercó hasta él, le cogió del brazo y le dijo:
- Eres tonto pero pareces bueno. Esa avenida que buscas se llama Caquetá y estamos cerca de ella. Si quieres te acompaño.
- ¿Puedes? Y tu mamá no dirá nada.
- No, porque me ha dejado vendiendo golosinas y no vendrá hasta la tarde. Pero primero ¿me muestras qué tienes en la bolsa?
- Claro, mira.
Ulises dejó notar la cabecita del perrito que se había quedado dormido.
- Sshuuu... No hagas ruido niña, se despertará, es solo un bebe.
- Guau, que lindo animal. ¿cómo se llama?
- Se llama Pintado. Es mío, me lo encontré en un callejón. Estaba muy mal y yo lo curé
Ambos se miraron mutuamente, y la niña sin esperar más, cogió a Ulises del brazo y lo llevó dos cuadras más adelante hasta donde estaba el río. Se detuvieron, miraron el puente que a esa hora estaba saturado de gente y comenzaron a cruzarlo. Llegaron al final y se dirigieron hasta el paradero de buses. Tomaron uno que iba hasta el Callao, subieron y estuvieron parados en la parte delantera del bus. La niña se dirigió a la gente con estos términos:
“Señor, señora, señorita y joven que me escucha, disculpen por interrumpir su lindo viaje, quien les habla, es una niña de Andahuaylas que por la pobreza extrema de mis padres me veo obligada a vender caramelos en los carros; mi hermano que está a mi lado es mudo y tengo que trabajar también para darle sus medicinas porque por las noches le dan ataques de epilepsia, voy a pasar por sus asientos y por favor no me ignoren. Gracias". La niña sin mayor reparo pasó por el pasillo y muchos no le recibían su producto pero le daban moneditas. Cuando terminó de vender hizo señas al cobrador que la deje en el puente que se acercaba. Bajaron y Ulises, que no dejaba de estar impresionado. preguntó:
- Desde cuándo haces eso?
- Desde que mi ma me enseñó. Vinimos a Lima sin ningún centavo en el bolsillo y un día nos subimos a un bus para venirnos a la casa de una tía; a ese carro subieron personas que hacían lo mismo. Mi ma como estaba desesperada por dinero, al siguiente día hizo algo parecido. Ese día tuvimos algo para comer. Desde entonces alquilamos un cuartito en el Rímac y vendemos en la plaza mayor.
- Qué bueno por ti – dijo Ulises – pero, ¿tú crees que encuentre a mi tío?
- Ya estamos en caquetá, sólo tenemos que subir estas gradas y llegamos al mercado.
El animalito se despertó y asomó su hocico por la tapa de tela del morral. La niña lo cogió en sus brazos. Ulises no dijo nada.
El mercado era un sitio de venta informal, no se vendía en tiendas sino en la calle. Los productos se colocaba sobre costales o cajones de frutas, nada agradable a la vista. Era imposible encontrar a alguien con tanta gente
- ¿Qué hacemos?- Preguntó la niña
- Supongo que preguntar por él – contestó Ulises.
- Bueno, yo sugiero que le preguntemos a alguien que hace lo mismo que tu tío. Por cierto, ¿a qué se dedica él?
- Mi tío es carretillero.
- Ah, entiendo. Pero. … ya sé. Busquemos donde venden verduras y cosas así.
- De acuerdo.
Caminaron preguntando por él; en cada puesto, en cada esquina, nadie sabía de él, no lo habían visto.
La tarde terminaba. Los niños empezaron a sentir hambre y frío. Se sentaron sobre una piedra deforme. Ulises estaba decepcionado. La niña le dijo que no se preocupe, que en Lima a la gente no se la encuentra fácilmente y que mañana podían seguir buscando. Le dijo que se llamaba Rosa y que lamentaba mucho que esté solo en lima. Se le acercó un poco y le tocó la cabeza que la tenía gacha. Vamos, no te pongas así- le dijo –; si quieres puedes venir a mi casa, yo le digo a mi mamá que te perdiste y te encontré, además no tengo hermanos y tú, puedes ser mi hermanito. Ulises levantó la cabeza, le sonrió y asintió con un gesto. Se levantaron y se fueron. Mañana volverían a buscarlo.